Parecen saberlo todo. Aparentan tener la llave de la felicidad de lo humano. Así como a un endocrino se le supone delgado o a un oncólogo se le exige que no fume, por coherencia profesional, un psicólogo debe ser feliz, pero ¿lo son? Cuando no estamos bien, vamos al loquero y el loquero debe ser un tío cojonudo, razonable, moderado y feliz. Si no, ¿por qué aconseja? ¿No sabe aplicarse su propia medicina? ¿Acaso concibe usted a un actor que no le guste el teatro? (Los hay, ¿eh?) No, claro. Un psicólogo infeliz sería como sorprender al dependiente de la herboristería hinchándose a
Mac Donalds.
Los psicólogos parecen atesorar todas las respuestas y, sin embargo, algo no cuadra. Porque su única respuesta es: mirar las cosas de otro modo, como el amoniaco ¿Y por qué vamos a ellos, si todo se soluciona con amoniaco? Cualquier depresión, angustia o dilema empieza y acaba en el punto de vista. Ese es el amoniaco prodigioso, el sibibidabibidum de la vida. Si la vida te pega dos hostias, cambia tu percepción. Si te arruinas, ponte las gafas del optimismo. Si te ponen los cuernos, mira la realidad con otra perspectiva. Toda desgracia acaba tarde o temprano, así que… ¿Y cuantos años de estudio se necesitan para concluir eso?
Los psicólogos miran a los humanos (otra especie) como Brian a los judíos desde la cruz, silbando el Always look on the bright side of life.
Pastillitas de otra visión y se acabaron los problemas. ¿Se te ha muerto un familiar, te desahucian o se te jode el coche?, ¡míralo distinto o piensa en otra cosa! Pensar otra cosa sirve tanto para la tapicería del sofá como para el cuarto de baño. Es como el Dalsy de niños: ¿Paperas?, dale Dalsy. ¿Qué no estudia? Dale Dalsy.
¿Se ríen de nosotros los psicólogos? Que me den el cincuenta por ciento de cada consulta, verás como yo también me curo.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 14 de abril de 2015)
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