Tus opiniones son peligrosas para ti. Sí, porque en este país, ya sea en política o en reuniones familiares, es pecado cometido salirse del raíl. Por no molestar, se aguantan carros y carretas. Y es que ciertas verdades, incluso dichas con educación, son de mala educación. No, no todo depende de las formas. A veces hay que decir cosas decididamente impopulares. Cada cual puede defender su verdad, pero cuidado, tu verdad puede perjudicarte. No te signifique es, hijo, se decía en el franquismo. Uno podía perder amigos, oportunidades, privilegios, un trabajo, o no ser contratado, por sus ideas. Y es que, aunque no te despidan, siempre existirá la no renovación de tu contrato temporal, cuando quieran largarte. La democracia es papel mojado frente esta realidad que siempre ha existido.
Siempre habrá la posibilidad de castigarte, ignorarte de un modo sutil.
Según digas, te clasifican y entonces es muy difícil ya dar marcha atrás.
Y ¿qué opiniones te abren puertas hoy y cuales las cierran? Contéstense ustedes, yo no lo haré. Es pecado cometido el decir ¿qué verdades hoy?, preguntaba Martín Fierro.
Pero el prestigio de las opiniones son puertas giratorias, y en política giran en ambos sentidos, depende del tiempo y los vientos de la historia.
Sin embargo, una verdad puede romper un status anquilosado y liberar a sus miembros. Puede suponer que un proyecto salga. Callarlas puede estancar el proyecto o conducirlo al fracaso. Ciertas opiniones están vedadas, pero si se dicen, nos excarcelan de prejuicios y miedos. Aunque el precio sea la lapidación, claro.
Porque ser políticamente incorrecto no es gritar contra los marines en la Plaza Bolívar de Caracas, ni contra Maduro frente al Pentágono, es justo al revés. Decir en alto lo que todos gritan no es incorrecto. Decir lo que murmuran pero callan por miedo, sí. Sólo si corres peligro de una muerte social, eres incorrecto. Lo serás cuando desconciertes a todos, cuando nadie te saque en hombros, ni siquiera los tuyos.
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