Mucho se habla de incultura, de los libros como antídoto contra la violencia. Y, sin embargo, nadie se considera violento ni ignorante.
Pero piense en un enemigo contrario a sus ideas, incluso que le haya causado daño. La tendencia es insultarle, reducirle a ceniza, machacarle. Usted contraataca porque, si no reacciona, será un cobarde calzonazos que se deja pisotear. Y usted no quiere verse así.
Pero en saberse morder la lengua y contar hasta diez está la diferencia entre el culto y el bruto.
Bruto es quien considera al otro un capullo, un cabrón… y no sigo. Bruto, quien juzga de manera simplona, parcial, a veces siguiendo una ideología. Violento el incapaz de conciliar y relativizar. ¿Cree que los libros le salvan? Si usted lleva un impermeable puesto, no salvan ni hacen nada. ¿Los libros hablan de lo malo que es su rival, de lo bueno que es usted? El incapaz de la autocrítica es el bruto. Los libros pueden leerse, pero no siempre calan ese impermeable de prejuicios, política, aprioris que algunos llevan puesto. El libro no habla de otros, habla de usted. El libro no invita a la crítica, invita a la autocrítica, a la autorreflexión. Cultura es querer mejorarse uno mismo y no lograrlo y volver a intentarlo, sin simplificaciones.
Rehuir manipulaciones, detectar matices, entender que la realidad es compleja, multicolor, multiforme. Sólo así el libro sirve. Dar un margen al rival, no solucionar todo con blancos y negros, con un lema sencillo, ver que el otro también tiene sus motivos, no ser esclavo de lo primero que se le ocurre a nuestra amígdala, hacer uso de las neuronas inhibitorias… sólo así sirven, título a título. Enseñan la moderación, a no ejercitar la violencia aunque se tenga razón. A no excusarse en que se tiene razón para ejercerla. Esa es la sacrosanta magia de los libros, y no leerlos sin más. Sea quien sea tu rival, tu a priori, tu fe, tu ideología, o por duro que haya sido el daño causado.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 10 de noviembre de 2015)
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