Son los aburridos, gente que no sabe qué hacer con su vida, que deambula por la casa sin oficio. No les gusta nada, nada les apetece. Consideran que emprender es banal, ¿para qué?, da mucha pereza. Cualquier ilusión implica servidumbres y prefieren apuntarse a fiestas ajenas. Que otro compre el vodka, las serpentinas y prepare la música. Ellos van… si van. En la vida, el trabajo sucio que lo haga otro porque… es más cómodo ser sanguijuela. ¿Y qué mejor, que decir: «no sé»? Sobre todo porque no quieren saber. Y dan vueltas, pululan, dejan pasar su existencia en busca de alguien que les entretenga, de aquello que otro les dé y que ellos puedan vampirizar. Y siempre hay un gilipollas que propone cosas, así que no tarda la pulga en encontrar perro al que subirse.
Porque el aburrido no colabora, no se implica, mira al techo cuando toca ponerse las pilas.
Él está para aprovecharse y llevarse los méritos. Pone pegas mientras no tenga que hacer nada. Pero si tiene que hacer, no opina, por si acaso le van a encargar algo. Y critica según saque o no beneficio, guiado más por su gusto que por el sentido común.
Y tiene envidia de los proyectos ajenos, de quien curra y consigue cosas. No consiente que otro gane, le llama vanidoso, relativiza su mérito. Porque si te impido obtenerlo, no te envidiaré. Y tiene un modelo: la gente sencilla, los no ambiciosos, simplemente porque los no ambiciosos no molestan, no hacen daño porque no se les puede envidiar. Los que hacen, por el contrario, ponen en solfa su ineptitud. Por eso les acusa de malvados.
En una casa de aburridos, el activo pronto se verá rodeado de aburridos qué le juzguen, critiquen y entorpezcan, porque a la vez que odiados, atraen a estas moscas aburridas y machadianas. Sí, a los aburridos les atraen los emprendedores. Tanto, que no son capaces de dejarles en paz, fascinados por ellos, odiándoles, pinchándoles, como las moscas al calor.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 27 de octubre de 2015)
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