Se reunieron en un congreso cinco o seis empresarios para contrastar sus métodos de gestión del capital humano. Un rollo de esos, vaya. Y había, por supuesto, un español. El primer punto era el incentivo salarial. El segundo, la implicación del trabajador en la empresa y el tercero, su aportación creativa. Hasta que habló el español y lo puso en castellano: «Vamos, que el incentivo ese consiste en que si los empleados no tragan con los puñeteros programas de rendimiento, a la calle por estancados».
Y lo de animar al personal se resume en crear campos de concentración los fines de semana donde les metéis con broca del siete unos consignas de alabanza a la empresa que los currantes fingen encomiar y el empresario finge tragarse. Y las aportaciones se limitan a que los infelices pueden opinar, pero no se les hace ni puñetero caso.
Sin embargo, el sistema español es menos hipócrita.
Para empezar, ustedes decoran mu bonito la motivación, pero al final buscan esclavos, como todos. Nosotros vamos por derecho. Aquí funciona muy bien la gasolina de la envidia, y sin gastar un duro. Verán, nosotros metemos en la oficina a un tio chiquinino, lleno de complejos y con mala leche que empieza a sembrar cizaña. Luego metemos a un segundo y un tercero y entre ellos se pegan. Damos una colleja a uno y como se siente humillado arremete contra sus compañeros.
El escarnecido quiere ser mejor que nadie y de motu proprio, él mismo se pone más horas, para joderle la marrana a Peláez, Peláez a su vez hace piña con Piluca y aquello acaba siendo una kermese de testosterona y ovarios. Y funciona, porque todos quieren demostrar que son los mejores. O sea, que lo que hacen ustedes con sus cursillitos y sus psicólogos lo llevamos haciendo aquí hace años con el combustible de la mala hostia.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 14 de abril de 2014)
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