Envié este artículo al periódico donde escribo en Talavera, la Voz del Tajo, antes del domingo y me atreví a este análisis antes de conocer los resultados, porque estamos condenados a quedar en tablas por mucho que se repitan las elecciones.
El español siempre ha soñado con un padre. Franco, Felipe, Aznar o quien sea, autoritario y que les saque las castañas del fuego. Una ley electoral exigente propicia este gregarismo. Por eso, se hace necesario un líder populista de personalidad agresiva, descarada, que venda bien, sin achantarse, convencido, y que prometa arreglarlo todo, que ataque cuando le atacan y provoque.
Además, tiene que vender algo nuevo.
El éxito de ese populismo que reclama el español, estilo Donald Trump, reside en sumar entre sus adeptos. El populista nunca busca seducir «electorado ajeno», sólo se manifiesta tal como es y deja que fluyan a él de votos otros partidos. Pero líderes sin fuerza como estos cuatro que tenemos se han empeñado en bajar a pescar en caladeros ajenos, confiados en que los suyos estaban seguros y ese ha sido su error. Lo poco que se gana así con extraños, se pierden a mansalva entre los propios. Lo decía Woody Allen, la garantía del fracaso es querer contentar a todos. Todos juegan al perplexus, alguno patéticamente, proclamándose suave, socialdemócrata, violento, radical, defensor de la ley, antisistema, alabando a Zapatero, todo a la vez y claro, despista a todos. Todos estos políticos sueñan con aquel Felipe idolatrado de los ochenta, invencible, de varias mayorías absolutas seguidas, pero hoy se está muy lejos de todo eso. Ahora no se dan las condiciones. Hoy hay cuatro partidos discutibles y el votante se ve zarandeado. Salimos hace nada de dos mayorías absolutas opuestas, Zapatero y Mariano, y estamos como pavos sin cabeza. Y sólo daremos jaque mate cuando cambiemos a estas cuatro torpes figuras de este ajedrez que navegan sin rumbo en todas direcciones y surja ese macho alfa, aquel peligroso cirujano de hierro reclamado en el noventaiocho, que represente sin medias tintas la indignación popular. Y todo porque pactar no es un verbo conjugado en esta democracia imberbe con demasiados abuelos asesinados aún zombis por los atriles. Qué país.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 28 de junio de 2016)
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