La sociedad se estabiliza y avanza porque se le clavan en los costados las espuelas del miedo. Es el miedo lo que estructura la rutina siempre imperfecta y deficitaria de toda sociedad.
En la Edad Media, el miedo al más allá, a la condena eterna y el ansia de salvación unificaba, sometía, impulsaba a la gente en la misma dirección.
Señores feudales, barones, monarquías se nutrían de ese miedo. Había una equivalencia entre señor feudal y señor del cielo. A Dios podía verle uno en la tierra representado en los nobles como alter ego, se le rendía idéntico vasallaje y no se discutía su poder. Ambos se parecían en ausencia física y presencia omnipotente. Se creaban así mitos que aherrojaban con la zanahoria de idolatría.
Eran desestructuraciones de otro tipo como hambrunas, guerras o pandemias las que desarticulaban acaso el eje social.
La sociedad actual se mueve del mismo modo.
Reducida la religión a mera espiritualidad privada, aunque aún vertebre algunos sectores, nuestros mitos hoy son el hedonismo, las ciudades ideales, (Nueva york, Los Ángeles…), un modo de vida americanizado, música, alcohol, fiestas, aventuras, vidas interesantes, riqueza, sexo y pasiones. Para lograr todo esto, al sistema de mercado le interesa pregonar una moral del triunfo social optimista y xultante. El miedo a perder ese bienestar (quedarse sin pantalla plana o línea adsl) unifica y sostiene.
Y así como en la Edad Media, los labradores asumían su vida campesina, proletaria y de vasallaje porque todos vivían igual, hoy se asume, en virtud del mismo gregarismo inconsciente, el modelo capitalista. Impuestos, corruptelas, la nueva esclavitud laboral se acepta y los propios deudores son quienes lo excusan, aherrojados por la zanahoria de cada nuevo mundial de fútbol o cada nuevo app en el móvil.
También publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo) el 17 de junio de 2014)
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