Ya sean aretes de vaca, moños man burn, barbas hípster, cortes sidecut o coletas podemitas, la gente sigue modas y no sólo en cortes de peluquería nos empleamos en seguir la moda. Recuerdo a Paco Ibáñez: “no pretendo hacer ningún daño queriendo vivir fuera del rebaño”.
Por supuesto, los que lucen tal o cual estética la defienden porque les gusta, creyendo que se diferencian. Pero si imitan, no se diferencian. Comprendo que si quieres tener oportunidades y tienes catorce años no te puedes quedar atrás. Van a señalarte si no te disfrazas como ellos. Las chicas te rechazarán, los amigos se burlarán si no te adaptas, pero ¿dónde quedas tú?
Puede que te sometas para callarles, consciente de que no quieres perder tu puesto en el grupo. Entonces bien. Lo malo es que no te seas consciente de que lo haces por eso y creas que eso a que te obligan es bueno. Si eres consciente, eres libre. Si te parece bien, hay que mirárselo.
Porque cuando uno se empeña en seguir la moda, no debe confundir “aceptación” con “personalidad”.
Que sí, que puede que te guste pero, ¿te gusta? Vale, imagina que te gustara una estética que nadie sigue. ¿La llevarías? Porque también podrían gustarse estilos que no comparten tus amigos, ¿no?
A veces nos mentimos para no reconocer nuestros fallos. Estamos en una sociedad borrega. Y, desde luego, si el individuo va saltando de moda en moda cuando cambia, es claro lo que pasa.
Ocurre en las dictaduras. Uno acaba con síndrome de Estocolmo. Y cuando cambia el régimen, volvemos a coger el gusto. Y es ese fenómeno gregario del que se valen los dictadores para dominar. Incluso en España hoy, en pensamientos y valores, se siguen modas de prestigio para no ser acusados de…. Y tengan en cuenta que las peores dictaduras no las impone un golpista advenedizo, sino una sociedad que te come el coco para que te sumes a su mayoría de prestigio.
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