Para una persona profundamente ideologizada, de derechas o izquierdas, la cosa está clara. Toda la culpa es de Occidente o de aquella religión medieval. Las ideologías siempre emiten opiniones extremas y ven la realidad con orejeras monocolor. Para ellos son santas verdades sus simples especulaciones, sin matices ni aristas.
Pero para el ciudadano occidental toda esta parafernalia de violencia e intereses macroeconomicos deja un poso de amargura. Cierto que todos estamos, a la fuerza, metidos en la historia, la han hecho nuestra pero no lo hemos creado nosotros. Somos pueblo llano en este feudalismo, no se nos pueden exigir compromisos, sólo paciencia. Nuestras orejas están calientes con tanto ajetreo mental, ideológico, político, religioso, metido en nuestra mente con calzador. Si no estuviéramos ocupados en llegar a fin de mes, podríamos dedicarnos a la solidaridad, pero la solidaridad es esa prima desconocida a quien nunca vemos, que un día nos viene de Francia y a la que debemos que amar por imperativo ético, pero no hay sangre ni vísceras ni apellido con esa prima. Es un bien moral exigido y no buscado. Porque sí, hay un problema, pero ¿podemos nosotros solventarlo? No. ¿Renunciar a nuestro yo cultural, más cercano a lo occidental? No, aunque nos empeñemos. ¿Solidarizarnos? Sí. Acaso mentir en público fingiendo solidaridad, eso sí podemos.
Lo único que sacamos en claro es nuestra ya habitual desgana ante todas estas muertes. Sólo sacamos que si mal veíamos al capitalismo, ahora peor. Y ahora temer instintivamente a los musulmanes. No nos apetece su trato. Nuestro corazón, siempre egoísta e intransigente, siempre protector, debe esforzarse mucho para no mirar con recelo a una religión que no es la nuestra, cuando ya de por sí miramos con recelo a la propia y a todas las religiones. Y, al igual que ETA nos hacía ver a los vascos con desagrado, todo el que eleva su voz desde un fondo de capricho, ceguera o fanatismo, da mal rollo. Distinto es mirar a los que sólo son víctimas y no agresores, como sirios o africanos. Difícil, si no imposible, después de todo esto, hallar un hueco en nuestro ánimo para un amigo musulmán… un amigo catalán…
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