Por supuesto, que uno le debe respeto a todas las religiones. ¿Pero qué ocurre si topamos de bruces con el mal gusto? Toda trascendencia es respetable pero, ¿está exenta de crítica? Vestimentas, rituales, objetos que se veneran, danzas, mantras, textos aprendidos… Piense usted en algún pueblo perdido del África o el Amazonas, se fijará en lo chocante y exótico de sus ritos. ¿Y su religión, la que usted profesa? ¿A que lo le parece tan rara? Le aseguro que, a ojos de los demás, lo es.
Pero incluso dentro de una misma religión, hay formas de practicarla más o menos peregrinas, y entre todas, la religión «rosa» cae de lleno en lo kitsch y lo ridículo.
Son aquellas que se valen de estampitas de santos con jipijapa de diosa chalchiuhtlicue, sobrecargada de grecas y molduras.
Teclee usted «religión kitsch» en Google y verá. O teclee «Dios» solamente. Estampitas de colores chillones. amaneceres imposibles, de rojos fosforitos, amarillos oros que cuando los miras se te desprende la retina. Sí, estampitas. Estampitas que pululan por la web pidiendo oraciones y proponiendo enigmas irresolubles. Prometen librarte del sufrimiento si te comportas como un alucinado con mal gusto. Yo no sé por qué se han empeñado en salvarme… ¡Si yo estoy más contento que el Macario, del Moreno! Entienden la vida como un valle de lágrimas donde sólo hay una felicidad posible, su «religiosa rosa», ninguna otra.
Es una modalidad de religión de poética infumable. Sus frases positivas resultan amenazantes. Sus advertencias de salvación parecen el único camino.
De verdad que los que venden esa religión de aerosol están mu mal. Huelen a clase inculta, con secretas frustraciones sexuales. Dibujan a Cristo como un maromo buenorro, o a la virgen como una joven poligonera. Tales engreídas inquietudes de evangelización despiertan extrañeza escéptica, acaso una indiferente conmiseración.
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