Nada se pierde por declarar intenciones que sabemos imposibles. Y nada se pierde por soñar, por razonar ideas impracticables que serían la solución a todo. Porque cuando no se tiene que gobernar, se pueden apuntar quimeras que suenan bien. Incluso son justas. Muy justas. La paz en el mundo, ¿quién no la quiere? ¿La exterminación de la pobreza? ¡Todos! ¿Y cómo lo hacemos? Una economía saneada. Bonito, bonito. ¿El mercado se autorregula y la economía crece? Fantástico, estupendo. ¿La justicia social, que pague el que más tiene? ¿A la cárcel los corruptos? Bien, chaval, vas bien. Todo demagogo tiene razón.
Los que no gobernarán las lanzan. Y también las lanzan lo que probablemente gobiernen, porque saben que la verdad no gana elecciones.
Y cuando toca gobernar, ¿qué ocurre? Pues que “hacemos lo posible”. “Ponemos todos los medios”. ¡Qué le vas a hacer! Todo estaba preparado.
Nuestro deseo de votantes decía “sí se puede”, todo mejorará, aunque la razón, siempre más chunga y petarda, nos susurraba que nada cambiaría, pero ¡cómo no vas a depositar la esperanza en la urna! ¡No eres un rajao!
Nos creemos la demagogia porque es bonita. No hay problema. Luego razonas. Porque las fórmulas buenas las tenía nuestro partido, “aunque no se pueda”.
Nuestras decisiones son sentimentales. Nos movemos por filias y fobias. Los razonamientos vienen después, a confirmar nuestra elección. Mañana veremos bien lo que ayer veíamos mal, usando el cómodo recurso de la desmemoria.
Todo se puede argumentar, pero no todo se puede sentir. Los razonamientos tan sólo son estructuras lógicas que justifican pálpitos de nuestra patata. Y votamos con la patata. La patata es la esperanza. Lo otro, la renuncia a la esperanza.
Hemos votado con la patata. Dentro de cuatro años, la patata latirá a otro ritmo. O al mismo, quién sabe. Depende de quién nos llegue a la patata. Todo demagogo tiene razón.
(También publicado en prensa papel La Voz del Tajo Talavera de la Reina 3 de marzo de 2019)
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