El elefante encadenado es un cuento clásico de Jorge Bucay. En él se explica cómo el ser humano es incapaz de liberarse de sus temores. Lo compara con un elefante amarrado a una débil cuerda que podría romper moviendo la pata. La alegoría es clara y para cualquiera que mire al elefante desde fuera del elefante. Para quien no sea elefante, resulta sencillo, pero ¿cómo se ve el elefante desde dentro del elefante?
Pese a lo que alardeamos por Facebook con gestitos o escandalosas manifestaciones, a puerta cerrada todos nos valoramos por debajo.
En secreto pensamos que no tenemos tanta magia. Para los psicólogos, cualquier desperfecto de la mente es un delito que se cura con un masaje de «autoestima porque sí», porque hay que ser felices por narices, pero el hombre es un paradigma inexplicable. ¿Por qué no te liberas? Esto le faltó a Bucay, preguntarle a elefante. Porque todos tenemos nuestros motivos. La respuesta de tamaña esclavitud la tiene el elefante, no quien ve al elefante desde fuera. Para el elefante, la cuerda es más fuerte que lo que parece.
¿Saben cómo se cazan jirafas en África? Con sábanas. Diez o doce nativos cercan a las pobres gigantas, ellas se asustan de lo desconocido y suben al camión.
Lo mismo el elefante de Bucay.
El elefante cree que está atado a una cadena durísima y por ahí se empieza. ¿Y sí para él realmente es así de dura? Las prisiones son complejas, las mentales más. El resbalón de la puerta siempre cae del otro lado. Los de dentro necesitan llave mientras que los de fuera abren con facilidad tu cárcel. Pero las suyas no.
Todos somos esclavos de idioteces, incluso los que gozan de una aparente madurez resuelta y dinámica. Todos somos, en algún aspecto, elefantes amarrados. Tal vez la cuerda no nos ha traumatizado del todo, por eso presumimos, pero a todos nos ata algo. Porque también existen “las razones del elefante”.
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