MARCO AURELIO, de Agustín Muñoz Sanz

Moises de las Heras

25/08/2016

Armando del Río, protagonista de Alejandro Magno, obra de teatro en el Festival de Merida 2016

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-marcoaurelioescena2blogliterariolluviaenelmarCritica del estreno en el Festival de Mérida, 24 de agosto de 2016

EL SECRETO DE UN TEXTO, SI NO BUENO, AL MENOS HONRADO.
Sin duda alguna, se escribe por necesidad. Y, sin embargo, cuando se escribe mucho, la necesidad es menor. Se vuelven a repetir una y otra vez los mismos temas que te obesionan y perdemos lo más importante: la necesidad. Nos hacemos con el oficio, tenemos cogido el hábito, hemos construido muchos personajes, algunas historias, pero jamás debemos olvidar qué escribimos porque algo nos corroe. Eso que no nos deja dormir o nos permite soñar y que convertimos en discursos de seres inventados, en conflictos que planteamos porque nos torturan, esa es la esencia de nuestros escritos. Si perdemos eso, si perdemos el contacto con esa primera necesidad, lo perdemos todo.

UN BUEN TEXTO DEPENDE DE LA INTELIGENCIA PERSONAL DEL AUTOR

Agustín Muñoz Sanz, autor de la obra

Agustín Muñoz Sanz, autor de la obra

Otro problema es nuestra capacidad intelectual. En realidad, todo está dicho. Cualquier desazón del alma humana ha sido ya transmitida, contada, estudiada, elucubrada, desmenuzada por cientos, miles de autores. Que llegues tú y vuelvas a reflexionar sobre el existencialismo, la brevedad de la vida, el sentido de nuestra permanencia en el mundo, la inevitabilidad de la muerte o el buen gobierno, el punto medio, la moderación y tantas otras cosas, implica que debes enfocarlo como si fuera nuevo. Además, debes imbricarlo a una historia, una narración que cuentas, una trama, con enigmas, desarrollos, conflictos de personajes. Si no, quedará en un mero panfleto.
Otros antes que tú ya lo hicieron y debes procurar no insistir del mismo modo. ¡Tienes la obligación de aportar algo, de poner tu inteligencia al servicio de tu obra, de reflexionar un punto más allá de lo ya hecho! No lo conseguirás, pero al menos procurarás que lo parezca. Si eres un escritor honrado, si tienes capacidad para ello, buscarás conflictos interesantes, buscarás y hallarás dudas más allá de los tópicos, intentarás poner al espectador en un brete, intentarás darle voz y razones a la idea contraria que tú defiendes, para ser neutral, para ser tu propio abogado del diablo, para hacer pensar. Intentarás hacer sufrir al lector o espectador para que sufra como tú y contigo, por con esas desazones del alma. Si eres un escritor honrado y tienes capacidad filosófica entenderás qué no puedes ofrecer en un espectáculo rutina filosófica, trivialidad aseptica, reflexiones ya reflexionadas, lugares comunes, tópicos. Puede que con ello insultes al espectador llamándole inútil, así como puede que se sienta insultado si no le provocas. Y si eres trivial e insuficiente en tu reflexión, el primer perjudicado serás tú, como escritor, como autor, como dramaturgo, como hombre de escena, como hombre de teatro, como persona. La gente verá tu incapacidad para pensar. Pensarán que tienes una sabiduría de mosquito que no sabe llegar más allá.

Agustín con su obra publicada

Agustín con su obra publicada

Pensarán de ti que eres un autor adocenado, poco inteligente o sin pericia a la hora de plantear conflictos del alma. O aburguesado y con poca sensibilidad para captar los más profundo, los dilemas más interesantes, las contradicciones más jugosas de aquello que sorprende, que desconcierta y qué angustia. Si te limitas a decir que la vida es breve y que no lo comprendes, si te limitas a decir que la religión va por un lado la ciencia por otro y hay que conciliarlas, parecerás un simple político mediocre subido a un atril que busca votos del populacho, qué teme a un público que no le entienda y le rechace, que teme no tener éxito, ser acusado de difícil. Te convertirás en un vendedor de humo con el fin de tener éxito, en un acomplejado que no se atreve a decir, que quiere mantenerse al margen escondido tras lo políticamente correcto y, sin embargo, si eres un autor de verdad, te atreverás, te interesará aquella minoría que desea elevar su espíritu con las lecturas, aprender de ellas, aprender de ti, que desea una filosofía más intensa, una complejidad mayor en tus planteamientos filantrópicos, para que la lectura le aporte algo. Y cuanto más teatro haya visto ese espectador y más lecturas tenga a sus espaldas, más te exigirá. Escribir es un pulso de inteligencia entre el lector y tú, y tú, autor, debes procurar estar a la altura de la inteligencia a la que te diriges.

LA ALTURA FILOSÓFICA DE MARCO AURELIO

Miguel Murillo, adaptador

Miguel Murillo, adaptador

Pero lo que el pasado 24 de agosto presenciamos en el Festival de Teatro Romano de Mérida fue un texto insuficiente. O bien el autor no tenía capacidad filosófica a la que me he referido o bien temía que el público no le comprendiera. No sabemos si Marco Aurelio tenía capacidad o no para convertirse en uno de los maestros de la filosofía del tiempo romano. Lo que sí es cierto es que una obra de nuevo cuño como éste Marco Aurelio escrito por Agustín Muñoz Sanz y versionado por Miguel Murillo y José F. Delgado es un personaje que no aporta nada . Puede que existiera entre el público a alguna miss que saliera entusiasmada, o que no entendiera bien lo que sobre las tablas se decía. Pero, por desgracia, y siendo objetivos, para aquellos que hayamos leído al menos un poco y hayamos avanzado más allá de las filosofías de taberna, gorra, palillo y codo de las tertulias vecinales, este Marco Aurelio es un pobre hombre cargado de lugares comunes. Eso dice poco del personaje y mucho menos del autor. En realidad, estamos deseando que el bueno de Cómodo se lo cargue y aplaudimos con las orejas cuando en su lecho de muerte, con buen criterio, le rompe las tablillas.

LA IMPERICIA FORMAL

Me aburrí tanto que incluso disfrute con la impericia formal del dramaturgo. Fíjense si son triviales las filosofías que se transmiten en esta obra, que el pobre Agustín coge el refrán «no por mucho madrugar amanece más temprano» y lo pone en boca del emperador como gran descubrimiento, a modo de glosa. Y lo mismo el galeno con aquello de «tienes tanta bilis que si te muerdes la lengua te envenenas». Lo hubiera dicho mejor José Mota. Si se hizo como broma está bien, pero me temo que Agustín se lo tomaba en serio.
De verdad, que uno echa a veces de menos a los autores honrados que NECESITEN transmitir, QUE NECESITEN ESCRIBIR, y lamenta que le vendan a estos adocenados sin pericia pero tal vez muy bien colocados en «la pomada» que tienen más acceso a estrenar proyectos en un Festival como el de Mérida que probablemente muchos otros mejores e ignorados que pululen por nuestro suelo patrio.

LO DRAMÁTICO FRENTE A LO FILOSÓFICO.

Porque Marco Aurelio aburre hasta a las piedras del Teatro Romano. Ya pasó con Sócrates el año pasado, y recomiendo a Cimarro que antes de aceptar una obra sin dramaturgia, que supuestamente basa su fuerza en las reflexiones filosóficas, se asesore con filósofos. Porque si de lo que se trata en los espectáculos de verano es de contar y narrar, ¡hagamos dramaturgia!: planteemos un conflicto, con un eje central y no muchas escenitas sin jugo ni destino. ¡Juguemos con personajes que se enfrentan, que luchan, que se oponen unos a otros por el mismo objetivo! ¡Hagamos evolucionar la trama si es posible, planteemos un giro de tuerca dónde los personajes cambien de arquetipo y quien parecía bueno no lo sea tanto y viceversa y finalmente, demos un final satisfactorio, suficiente y si es posible sorpresivo al dilema! ¡Contar una historia, de eso se trata, para eso vamos al teatro, eso es dramaturgia o, mejor dicho, eso es narrativa! La narrativa necesaria que urgía.

DESGUACE DE LA TRAMA DE LA OBRA.

Porque ¿qué ofrecía como trama dramática Marco Aurelio? Nada. Acaso, al final, el enfrentamiento de padre e hijo, el gobernante demócrata y sereno frente al violento tirano pero en blancos y negros, sin gamas de grises, sin cuestiones polémicas, sin profundidad en el discurso y sin dilemas que darle al público. ¿Y el resto? Escenas innecesarias

LA ESPOSA DE CÓMODO

Madre de M Aurelio y (M.L. Borruel y esposa de Comodo (M Lama)

Madre de M Aurelio y (M.L. Borruel y esposa de Comodo (M Lama)

¿Qué pinta la intervención de la esposa de Cómodo defendiendo a su marido? Nada. En esta, como en otras, la redacción es siempre igual. La esposa se queja de que se acusa a Cómodo de no ser hijo natural de Marco Aurelio, le responde el médico, la mujer se vuelve a quejar, el médico le da la misma réplica, la esposa insiste, el médico insiste y así se tiran diez minutos de conversación sin añadir información nueva. Y como éste, el resto de diálogos (los de la enfermedad de Marco Aurelio y su galeno, los del comandante que anuncia la traición de uno de los generales, los diálogos con el criado cristiano… y la escena de la madre que no besaba a su hijo -ay, la escena de la madre, una y otra vez, que si no me besabas, que si no me besabas…-)

EL CRISTIANISMO

Para que ustedes vean lo poco que interesaba la obra como dramaturgia, aparte de lo dicho, añado la aportación del autor de esta tragedia en lo que respecta al cristianismo. ¿Piensan ustedes que Muñoz, o Murillo o Delgado podrían haber analizado la esencia moral o ética o acaso vital, filantrópica de la existencia humana vista desde el cristianismo, en pildoritas concentradas, con su complejidad ecunménica y enfrentarla al discurso politeísta o, por ser más moderno, agnóstico o ateo? No. ¿Piensan que podrían haber tratado el problema desde la historia, la oposición a la esclavitud del cristianismo, motivo por el que dicha religión fue perseguida, porque atentaba contra la economía básica del imperio (el pago de la deuda a través de servicios gratuitos y el enriquecimiento gracias a la mano de obra casi gratuita que aportaba la esclavitud)? Tampoco. «Son unos fanáticos, se arrojan solos a los leones», «aman a un solo Dios y nosotros amamos a muchos», «todos los dioses son reales». Ése es todo el debate.

BUEN Y MAL GOBIERNO

J.V. Moirón (Comodo), V. Cuesta (Marco Aurelio) y Gabriel Moreno (criado)

J.V. Moirón (Comodo), V. Cuesta (Marco Aurelio) y Gabriel Moreno (criado)

Ah, pero Agustín se vanagloria de que la obra habla de el buen gobierno frente a la tiranía. Pero no se da al tirano parte la razón, para que haya discurso. En todo enfrentamiento entre personajes, el malo también debe tener parte de razón porque si no, el público se aburre al no existir debate. Un debate interesa porque ambos contendientes tienen parte de razón, si uno es el tonto y el otro el listo, si uno es el bueno y el otro el malo, no hay debate. Pues eso, qué buena es la democracia y la moderación y que mala la violencia (injustificada, inmotivada en el personaje de Cómodo) Y venga a dar vueltas sobre un caldo sin sustancia.

RELIGIÓN FRENTE A RAZÓN

Y ahí tenemos al galeno, hablando de humores, de ciencia y de sanguijuelas, y Marco Aurelio que se autoproclama mediador en el debate fe/ciencia. ¿Algo que aportar? Nada: «la fe debe ser personal», «fe y razón no han de enfrentarse, necesariamente (niño malo)», «cada cual tiene su espacio», «son complementarios» y «tú vienes con tus amuletos para robar al pueblo (niño malo) y yo soy un emperador bueno que te exilio pero te protejo para que no te hagan daño» Esa es toda la acción dramática que nos dan.
Estoy convencido de que muchos tertulianos de Sálvame aportarían mejores reflexiones.

EL DISCURSO INTELIGENTE

-marcoaureliocomodoblogliterariolluviaenelmarInsisto, es necesaria la acción dramática. Una obra de teatro (o un cuento, o una novela) debe contener historia, en teatro dramaturgia. Pero si prescindimos de esa historia y ponemos toda la carne en el asador en el discurso moral, ético, filantrópico o filosófico, estaremos jugando con fuego,

porque cambiamos de género, ofreceremos monólogos y enseñanzas antes qué el desarrollo de una historia. Estaremos prescindiendo de lo teatral y nos iremos al discurso. Cambiamos de género y debemos pensar en que lo filosófico es otro campo, y debemos respetar las reglas de esa disciplina. No podemos tratar lo filosófico como si fuera un apéndice bastardo de lo teatral cuando precisamente nos hemos cargado una buena historia por eso. Podemos hacerlo si existe lo teatral pero si lo hemos extirpado y lo filosófico predomina, por favor, que se tenga el pundonor de emitir un discurso decente e inteligente y no estás vaciedades.

LAS ACTUACIONES

Bueno era Cómodo, pero que José Vicente Moirón no eche las campanas al vuelo porque cuando te dan un papel de loco te puedes permitir más jueguecitos con la voz y los gestos y eso siempre juega a tu favor, son personajes más fáciles de interpretar, así que no sobrevaloremos. Del resto, actuaciones correctas, aunque todos estaban en mode solemne y en «gran tesitura» o «gran actuación clasicota» que contribuía al aburrimiento general. La actriz que interpretaba a la madre del viejo emperador (Maria Luisa Borruel) me decepcionó, porque su trabajo estaba a la altura de cualquier meritoria aficionada, sin recursos y con tonos de falsete propios del teatro amateur.

LO BUENO

LA COREOGRAFÍA

-marcoaurelioescenablogliterariolluviaenelmarHay que destacar, sin embargo, la gran calidad de las coreografías, de la música y la espectacularidad de alguno de los momentos en los sueños de Marco Aurelio, efectistas y con clímax impactantes, sobre todo gracias a la música y la luz. El hilo se le vio al muñeco cuando a partir del tercer baile tuvimos la sensación de que estábamos viendo siempre el mismo. La verdad, deseábamos que salieran a bailar para que se callara Marco Aurelio con sus trivialidades, pero llegó un momento en que también los bailes cansaban. (Tan sólo destacar la aparición del sacerdote vendedor de baratijas, el único diferente por el personaje que componía, al estilo Freddy Krugger. Teatralidad, en una palabra, frente a no teatralidad).

EL SONIDO

También el sonido era bueno. No sé si cada grupo de teatro trae el suyo. Después de los ecos del estreno de Alejandro Magno y de los retumbes inaudibles de Los Pelópidas, en esta ocasión el sonido mejoró, aunque en el último corte hubo mucho «reverb» artificial (de la DAW). En el último corte se abusó, como suele ser habitual, de la «presencia» en la locución, que da como resultado un abuso de graves que retumba en exceso y, más allá de la solemnidad narrativa, resta naturalidad a la locución. Con ello se corre el peligro de que no se entienda.
En una escenografía seca, desnuda y sobria, se tuvo el detalle de tapar los baffles con tela de saco, cosa que echamos de menos en la impericia de los técnicos de Alejandro y de Los Pelópidas, las dos otras obras que fui a ver este verano en el Festival.

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