EL JUEGO DE ENDER

Moises de las Heras

10/07/2016

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NO HAY ARGUMENTO

El juego de Ender es una aburrida película donde la narración brilla por su ausencia. La cosa militar de reclutas en literas, sargentos pegando voces, desfiles para ir a entrenamientos y absurdos e incomprensibles batallas, cuya estructura y sentido desconocemos llenan las tres cuartas partes de una historia donde no hay historia. La historia se limita al pulso entre dos niñatos, dos bandos diferentes que compiten entre sí, nada más. Dicen que hay mensajes profundos de fondo, pero quien lo dice no ha leído a Unamuno,
eso seguro. Para quien lo diga, le recomiendo filosofías de más nivel. Aparte, estamos en una narración, no en un curso de filosofía, así que contar cosas. Pues no, no cuentan. A cambio, en ambientación y grafismo, la peli se luce. No puedo entender cómo hay quien alucina con esta simpleza, seguramente algún incondicional del género, un friki de la ciencia ficción. Si no, no se entiende. Y no puedo entender cómo los chavales se tragan esto, un simple ajetreo y movimiento de personajes por la pantalla. Imagino que el escaso recorrido narrativo de un espectador adolescente, que se maravilla con cualquier cosa, no es tan exigente como el paladar de un tío de cincuenta como yo. Los viejos ya no nos conformamos.

Cuando eres joven, has leído poco o eres adulto con escasa exigencia que no se pregunta nada, ves el cine como un desfile de imágenes brillantes y ya está, eso es más que suficiente. En la medida en que esas imágenes son cada vez más pulidas, abrillantadas, satinadas y creíbles, disfruta. Pero los «espectadores narrativos» exigimos que nos cuenten algo y si es posible que suene a «nuevo», con madejas diferentes a las ya vistas.

NO HAY PREGUNTAS QUE HACERSE
Cualquier historia debe hacernos pensar. Y hacernos pensar simplemente consiste en plantearnos una cuestión, una situación, un conflicto, resolverlo, evolucionar sobre él y conseguir que nos hagamos preguntas, tanto de acción como de mensaje. El juego de Ender se limita a mostrarnos un entrenamiento en el espacio. Se limita al enfrentamiento entre Ender y su antagonista niño, una trivial y ya mil veces vista guerra de testosterona entre dos militares, pero ahora chavales. Aparte el rifirrafe por demostrar quién es más líder, no hay más. Todo ocurre en blanco y negro, sin matices y con un desarrollo lineal. Por lo visto había una simbología sobre la URSS, el comunismo y no sé qué más en la novela original. Aquí no se ve. Y, por lo visto, el propio autor de la novela, Orson Scott Card, desautorizó su rodaje por la dificultad de llevarla al cine,, pero la han hecho sí o sí y así ha salido. Sin un guionista inteligente, la película se despedaza. Como muchas veces ocurre, se han puesto a escribir los productores, no los creadores, en busca de dinero, y el resultado es nefasto.

LA FALTA DE OBJETIVO, EL MAYOR ERROR
El mayor error es que no hay objetivo. Si hubieran alternado la historia del entrenamiento con escenas del ataque de los bichos a la tierra, que pudiéramos contemplar el sufrimiento de alguien a quien salvar… pero no, lo que vemos se limita al simulador de batallas y no sabemos si la hermana es la que sufre o qué. No notamos el sufrimiento de nadie, ninguna angustia ni necesidad de salvar a nadie. El objetivo, si es ese, no se ve, se fantasmea con imágenes pretenciosas, no lo palpamos, nosotros no sufrimos. Salvar la tierra en general, sin que se vea sufrimiento, no nos inquieta. Y así, sin objetivo, nos aburrimos mucho.

¿QUÉ FALTA ADEMÁS?

Los protagonistas carecen de vida interior. No hay pruebas a superar, retos personales que librar, metas a conseguir personalizadas en fulano o mengano, que es lo que da vidilla a cualquier narración. No. Han decidido, como si se tratara de una más de Chuck Norris, que deben a las batallas y a lo militar. Las batallas tienen que ponerse al servicio de otra cosa, de un argumento, y no se hace. Además, que son ilógicas. Que unos chavales se arremolinen en una melé aérea y así ganen la partida, no tiene ni pies ni cabeza. No tiene sentido tal estrategia, pero nos largan cuarto de hora de ella recreándose en este descubrimiento absurdo. El descubrimiento de que juntarse todos en un bloque y pegar tiros como si fueras una bolita es una estrategia similar a la napoleónica. Nada que ver con el francés o las griegas. Pero a la productora (o editorial, que vete tú a saber) no le importa si la estrategia tiene sentido, le importa poner a un montón de muñecos impúberes volando. Y al espectador le debería importar que dicha estrategia militar sea realmente inteligente. No lo es, aparte de imposible.

EL ENIGMA FALLIDO
El enigma es importante en una historia. Consiste en despertar la curiosidad del espectador, su deseo por saber qué sucede, qué hay detrás de algo por descubrir.

Además, el enigma tiene que entrelazarse con la vida personal, el reto interno, las pruebas y la meta, el sufrimiento, el cambio de actitud, la reacción, la acción y la resolución, y mejor temprano que tarde. Aquí nada. Aquí aparece una rata que sigue a una niña, hermana del protagonista, que llega a un castillo en ruinas y nada más. Es un recorrido de puro videojuego, donde se pasa de un casillero a otro sin argumento. Es un enigma sin historia reconocible detrás. Es uno de esos enigmas tostones meramente visuales donde no entendemos nada. Si supiéramos algo, si se relacionara con algo, quisiera decirnos algo, el enigma nos atraería, debería darnos claves, relacionarlos con el prota, personalizarlo, pero no. Es un enigma sin enigma. Se colocan una serie de imágenes tontas y ya está.

TRUCOS QUE FUNCIONAN QUE AQUÍ NO FUNCIONAN

NIÑO IDENTIFICADO CON NIÑO

A falta de historia, los productores, (guionistas o novelista) confían en «trucos que funcionan». ¿Que los niños se sienten identificados con otros niños en pantalla? Llevan la cosa militar a los infantes, inventando no sé que sobre que han reclutado niños porque son los más guays para luchar contra los alienígenas. ¿Por qué? Porque sí, no se nos dice más. La incompetencia roza lo sublime en esto. Han descubierto, (oh, gran descubrimiento), unas claves que se suponen muy operativas para llenar salas, pero ¿funcionan? No. Por mucho que un niño se identifique con niños, ese protagonista debe tener vivencias que el niño espectador reconozca suyas. Pero Ender es un simple militar enano. Ya está. ¿La novela también confiaba en estos guiños? No sé. Pero había que colocar un niño en pantalla o sobre el texto para que el niño espectador o lector dijera: «ah, ese soy yo», y Ender es un petardo. Es un petardo porque hay que narrar algo, coño, y no se narra.

NIÑO Y ABUELO

A Gavin Hood, el director, (o al autor) también le mola colocar a un niño y a un abuelo juntos. Porque claro, el tandem abuelo nieto, o padre hijo, funciona y han llamado a Harrison Ford para atraer masas. Ford se muestra paternal y duro, típico entrenador de Rocky, componiendo el arquetipo, pero está puesto ahí porque sí. ¿Niño y viejo se entienden? Tienen el mismo feeling que una merluza y un macarrón. Lo que se comunican, lo que tienen que decirse, fluye en dos idiomas diferentes. ¿Que el niño espectador se identifica con ese resorte padre hijo, tutor maestro y alumno? En efecto, el mentor y el aprendiz son dos arquetipos narrativos que funcionan pero ¿por qué no nos cuentan algo? Porque sin nada que contar, ningún truco narrativo funciona, ¡ninguno!, son como coches de choques parados.

EL MENSAJE

Colocar un mensaje de fondo funciona. Es un modo de llevar la historia a la moraleja y eso acerca la lectura o visionado. El receptor lo hace suyo. Pero en El Juego de Ender, aparte del típico y banal mensaje de testosterona y superación militar con meras propósitos castrenses, no hay mensaje. O sí lo hay, que es peor.
No hay mensaje durante el desarrollo. Sólo al final aparece.
Como los niños y el resto de espectadores tienen la mente muy cortita, según creen los productores, hay que insultarles y ofrecerles una filosofía fácil. Y el mensaje es: «es preferible dialogar y comprender al enemigo que aniquilarle por miedo». O sea, la paz en el mundo, la filosofía de una miss. En el fondo, es la misma que «el amanecer del planeta de los simios» pero, en este caso, la tensión no decae porque se personaliza en César, en Koba, en la ambición, la duda de protagonistas concretos, que muestran su conflicto interno y externo, y también en monos y en humanos, y desde el principio al final de la película. En los simios, el mensaje aparece todo el rato, se dosifica a lo largo de la trama e interesa mientras que en Ender es inexistente, no hay proceso. No hay discurso sobre la paz en el mundo y su complejidad, no hay aristas. Tan sólo en el último cuarto de hora vemos a un bicho que no habla, comunicándose con el pensamiento sobre ello, desvelando de qué iban esas imágenes de playstation que hace tiempo dejaron de intrigarnos. Porque esas imágenes raras tardan en resolverse ochenta minutos sin que nos den avance alguno sobre su misterio antes, y eso cansa y aburre, perdemos el interés. Y de igual modo, en un breve e insuficiente diálogo con Harrison Ford, se plantea la dichosa cuestión. Se debate entre las dos opciones, pero con un discurso tan elemental, tan sin sustancia, que sentimos vergüenza ajena. Por supuesto, el niño toma partido a favor de la paz y chin pun, punto pelota, ahí acabó todo. Como digo, disfruten la diferencia entre Ender y la precuela de monos. Porque todo es cuestión de desarrollo, no de mensaje. Eso no lo han entendido los de Ender.

LOS ACTORES

Ver a Harrison Ford sin fuerza, blandón y despojado de sus atributos de Indiana Jones, jode. Para quien le vimos cachondo y saltimbanquí, aquí se muestra decadente y entristece. Además, le han dado diálogos de buenazo antimilitarista y ñoñea por pantalla. Lo de los morritos lo ha hecho siempre. Que lo hiciera de cuarenton en “Frenético” bien, porque lo alterna con actividad física saltando tejados, pero si se hace sin actividad física simplemente parece que le falta la dentadura.
Por otro lado, se ha puesto de moda usar niños con cara rara para hacer vistosas las películas. Y hay que reconocer que Asa Butterfield tiene una cara rarísima. Sí, están de moda los ojos enigmáticos que transmiten inteligencia de superdotado cómo indiscutible fórmula qué subyuga y te tiene en vilo. Qué le vamos a hacer, se buscan raros y el criterio es similar al modo en que se escogen los modelos para los desfiles. Si se fijan, en Cibeles ya no desfila gente guapa, sino descuadrados y desproporcionados con gesto de mala leche. La gorda del pelo largo también “da en pantalla”, sobre todo por el pelo, que contrasta con la gordura. No cabe duda que son hábiles en estas lides los del casting encontrando raros, en eso han alcanzado la perfección. Si se esforzaran lo mismo en contar cosas… Y un simple actor desconcertante no basta.
En definitiva, una película fallida porque quiere jugar con estrategias de enganche pero elude la principal, lo que verdaderamente hace potable una narración, que es contarla-
Valoración: un tres

 

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